En su crítica cinematográfica de hoy, Joan Millaret Valls, nos habla sobre el filme ruso que opta al Oscar a la mejor película extranjera. Sin amor, de Andrey Zvyagintsev
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Tras la demoledora y pesimista cinta sobre la corrupción humana y estatal que era Leviatán (2014), el ruso Andrey Zvyagintsev insiste de nuevo en otra película sísmica. Sin amor.
Foto: numax.org/cinema
Premio del Jurado del Festival de Cannes y nominada a los Oscar como mejor película extranjera. «Sin amor» es una nueva historia sombría y desasosegante. En esta ocasión sobre la destrucción infantil.
A partir del retrato de una pareja que se está divorciando de malas maneras, Boris (Alexey Rozin) y Zhenya (Maryana Spivak), mientras intentan rehacer su vida por separado. Durante esta separación convulsa y la gestación de unas nuevas relaciones de pareja, el hijo de doce años de ambos, Aliocha (Matvey Novikob), aparece como el principal damnificado. Los estragos del divorcio se ceban en el chico en medio del egoísmo y los reproches de los grandes. En la agresividad y la violencia verbal que emplean. En esta conjetura envenenada, desprovista de amor y de cualquier sentimiento de calor o confort humano, nadie se fija en el pequeño.
Dejado de lado. Abrumado por un dolor y un sufrimiento indescriptible. El amor nuevo que estalla en las renovadas parejas deja un deleite por los cuerpos a través del sexo y el placer. Una llama sensual que se vive con una intensidad celebrativa. Una entrega pletórica, agrava aún más el hiriente contraste con la desdichada criatura, ser inexistente, invisible, a ojos de sus progenitores. El hijo falto de afecto es un niño olvidado. Descuidado. Que acabará desapareciendo físicamente de escena, perdido, muerto o escondido en un lugar desconocido.
Foto: valenciaplaza.com
Entonces llega la angustia y la impotencia de la búsqueda del pequeño. Las redadas, infructuosas y dilatadas en el tiempo, en la que los padres se han implicado. Esta dura prueba los acabará afectando a ellos de rebote. Acosados por el peso de la carga de la desaparición del hijo. Desangrando las heridas previas.
Todo ello termina añadiendo un deje de amargura y desencanto a un film que refleja tanto la desintegración familiar como la descomposición de un país. Hay que subrayar que Zvyagintsev, con una elegancia fría y distante, sabe sacar un gran provecho de unas cuidadísimas secuencias de interiores.
Foto: rtve.es
Espacios de una geografía del vacío que termina por crear un contraste abrupto, casi irreconciliable, con el bosque callado que rodea la ciudad y los apartamentos. Se trata de un espacio natural asociado al niño solitario y taciturno.
Un paisaje de árboles retorcidos y tumbados. Figuras naturales espectrales, territorio de lo oscuro y espeluznante. Un espacio que actúa como extensión del silencio ensordecedor del niño. Un entorno que obra precisamente el film. Un preámbulo, encarnado en el paisaje boscoso cubierto de nieve, que nos acaba llevando, en definitiva, a una atmósfera gélida de cuento cruel y desesperado.
Joan Millaret Valls