LA FORMA DEL ALGUA. Amor subacuático redentor

Tras unas semanas en las que el mundo del cine ha estado un poco olvidado en este blog, vuelve nuestro fantástico crítico cinematográfico, el gran Joan Millaret Valls, con su crítica sobre la flamante ganadora del Oscar 2018 a la mejor película.

LA FORMA DEL AGUA. Del aclamado director Guillermo del Toro. Que se llevó también la anhelada estatuilla como mejor director. La forma del agua es la última propuesta del mexicano Guillermo del Toro.

Cineasta bien integrado en el engranaje del cine estadounidense sin tener que renunciar a las raíces de la huella del género fantástico que distingue toda su filmografía.

Este ambicioso y exuberante film envuelto de romanticismo y fantasía de Del Toro ha sido validado por los académicos estadounidenses con los principales Oscar, mejor película y mejor director.

Compártelo:

Facebook
Twitter
LinkedIn
LA FORMA DEL ALGUA

Índice de contenidos

LA FORMA DEL ALGUA. Amor subacuático redentor

La Guerra Fría

La forma del agua muestra la vida rutinaria pero feliz de una solitaria chica muda, Elisa Esposito (Sally Hopkins). Es pura bondad y espíritu vitalista y cuida de su vecino, Giles (Richard Jenkins), un publicista gay.

Elisa trabaja en el servicio de limpieza en un laboratorio de alta seguridad del gobierno estadounidense. Junto con una compañera de color, Zelda (Octavia Spencer), se sentirá tan atraída como unida a una extraña criatura anfibia que permanece en cautiverio en estas instalaciones gubernamentales.

El film entronca en el contexto de la guerra fría, en medio del miedo a los estragos de la bomba atómica, la hostilidad hacia el enemigo ruso, estigmatizado, y entre experimentos y secretos de estado.

Foto: xataka.com

Pero esta realidad de tensión entre bloques de los años 60 se ve a menudo sublimada en el film por el imaginario mágico y soñador del cine, los musicales o la televisión.

Y sobre todo el filme de Del Toro se impregna del espíritu y la mítica de una película de serie B de aquellos años, claramente deudor del clásico La mujer y el monstruo (1954, Jack Arnold).

Poética reformulación del motivo de la bella y la bestia, que en el filme de Arnold toma la forma de una criatura antediluviana hallada en una laguna tropical.

El film apuesta también por la visión tierna y solidaria de la diferencia. Como en el caso de los inmigrantes -la compañera de la protagonista-, los discapacitados -la misma protagonista-, o los homosexuales -el vecino ilustrador-.

Otra fábula

Foto: fotogramas.es

El film se empapa de una atmósfera onírica, cercano al mundo del subconsciente. Sobre todo con un prólogo que conecta los sueños de Elisa con el mundo del agua.

El agua se convierte en un elemento matérico omnipresente en muchos instantes del film y que revive en momentos álgidos como la escena entre ella y el monstruo en el cuarto de baño, todo inundado, en el que se conjuga el sexo, la sensualidad y la carnalidad de los cuerpos con el elemento líquido.

Un universo fluido que encuentra en el desenlace la perfecta rúbrica del círculo cerrado abierto al inicio, el definitivo momento acuático de comunión de los amantes, el cual acaba dando forma iconográfica al mismo cartel del filme. Predomina el aliento del cuento, de la fábula, aunque el sustrato político del momento o una cierta preocupación social mediante una tríada de personajes marginales conjurados contra el poder, síntoma también de una mirada más adulta de Del Toro.

El director de El laberinto del fauno se despreocupa del terror o el miedo mientras juega a placer la carta de la irrealidad, lo fantástico.

Foto: youtube.com

Una temperatura fantástica reforzada no sólo por la misma trama, sino también por la suntuosa y amanerada realización, con unos cuidados y contrastados juegos lumínicos y un portentoso diseño escenográfico. Un cuento moderno de buenos y malos de una pieza, como el jefe militar de seguridad, Coronel Richard Strickland (Michael Shannon), en que se subvierte el concepto de lo monstruoso. Un cuento maravilloso y flotante de amor redentor en tiempos de odios y visceralidad.

Joan Millaret Valls

Accede a tu cuenta